Viajo y sigo viajando y no puedo evitar sentirme siempre en casa. El Sol siempre sale por Oriente.
No es la gente, ni los lugares, ni mi juventud
En muchos casos la gente, el lugar o mi juventud me dieron argumentos para sentirme en casa. Siempre, en todos los casos, me despierto, esté donde esté, y me encuentro a mi mismo abriendo los ojos hacia el Este. Busco la luz del Sol en Oriente cada mañana, tratando de beber un sorbo de inspiración azucarado. La inspiración para vivir, para abrir los ojos y decidir porqué sonreír otro día más. Llego al nuevo lugar por primera vez, o puede que ya lo conociese, pero siempre comienzo a experimentar mi visita al amanecer, con una evocación del día anterior a esa primera mañana. Evocación matutina de la tarde-noche anterior, paseando sus calles, entrando en sus Iglesias, Templos, Mezquitas, Parques, Universidades, Bibliotecas y tiendas. Tomando té o café y observando las caras de sus gentes, sus voces y sus risas. A veces sólo, a veces acompañado. Revelación matutina también, que se nutre de la evocación, como en los primeros movimientos de una sinfonía. Aire, como diría mi querido Jose Merce
Abre la ventana que avive la mañana al cuarto y la cocina Aire, aire, aire pasa aire nuevo, aire fresco pa’ la caaasa Aire, aire pasa, pasa que tengas la puerta abierta, la alegría pa la casa
Desde entonces al llegar a un nuevo lugar así me siento. En casa. Buenos días desde Cambridge. Feliz, sí. Oriente, Sol y Aire. Mucho aire