Encuentra aquí el artículo publicado originalmente en Confilegal el 10/05/2020.
“La pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres y mujeres continúen a gusto en su estado de tutela a pesar de que hace tiempo la Naturaleza las liberó de la tutela de otros («naturaliter maiorennes»); también lo son de que se haga tan fácil para esos otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipada!”, Immanuel Kant, «¿Qué es la Ilustración?» (1784).
En 1978 alguien dijo que España había alcanzado la mayoría de edad, que se había emancipado.
No me queda claro del todo en general, pero estoy totalmente en desacuerdo cuando hablamos de la abogacía en particular.
La abogacía, a fecha de hoy sigue tutelada, no es mayor de edad.
Vamos a ver, la idea de la Constitución era precisamente emanciparnos, también para la abogacía.
De hecho, tan solo un par de años antes, en «Libertad sin Ira», Jarcha narraba la situación de aquella España preconstitucional cuando cantaba: “Pero yo sólo he visto gente / Muy obediente, hasta en la cama / Gente que tan sólo pide / Vivir su vida, sin más mentiras y en paz”.
Era la narrativa de una realidad sociocultural, la España que había sido tutelada por el régimen franquista salía a la calle y protestaba con una intención emancipadora.
“Libertad, libertad, sin ira hay libertad” se levantó por encima de sus acordes para convertirse en una verdadera declaración de intenciones.
Aunque yo sólo tenía 9 años, al escucharla en casa y mirar a mis mayores sentía que algo grande, liberador, estaba ocurriendo.
Había mucha ilusión en aquella España de 1976 que a partir de 1978 comenzaba su proceso de emancipación.
Pero la abogacía no, la abogacía no se emancipó.
Sus normas, su cultura, aquella abogacía corporativista ‘de toda la vida’, siguió tutelando a sus miembros, y la judicatura ha continuado observando y reforzando dicho tutelaje en sala.
LOS ABOGADOS SEGUIMOS TUTELADOS
Hoy, más de cuarenta años después, abogadas y abogados seguimos tutelados doblemente.
Por un lado por la abogacía corporativista (Colegios y Consejo General de la Abogacía Española) en nuestros despachos y por otro, por la judicatura en sala.
Parece que tenemos que seguir pidiendo permiso para ejercer nuestro derecho constitucional a la defensa como si estuviésemos en un colegio (bueno, en realidad seguimos estando en un colegio).
Sin ir más lejos, esta misma mañana [por ayer] leo en Confilegal que Francisco Javier Lara, decano del Colegio de Abogados y Abogadas de Málaga denuncia como, y cito literalmente: “Algunos jueces de instrucción de Málaga capital están imponiendo su autoritarismo sobre la seguridad de los abogados”.
Yo no sé si ustedes han reparado bien en la queja y la forma en que se ejerce.
No me cabe duda que al señor Lara le mueve un genuino deseo de cambiar las cosas; y de hecho aprecio mucho que la abogacía corporativista se enfrente a la judicatura.
Pero lo me asusta es que transcurridas ya cuatro décadas desde el nacimiento de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho, estas denuncias sigan siendo tan timoratas y lo que es peor, excepcionales.
Y más preocupante que eso incluso, es que la abogacía tenga que seguir pidiendo permiso de esta forma para realizar su trabajo con dignidad.
¡Por favor!
Creo sinceramente que la abogacía en este año 2020 está tocando suelo.
Y aunque es verdad que del suelo no se pasa, la gran mayoría de profesionales no pensamos quedarnos ahí.
Toca sacudirnos la “pereza y la cobardía”, que como Kant decía, son la causa de nuestra minoría de edad.
Vale que esta mañana me pasé un poco al comentar en Twitter la noticia de Málaga y decir que “La judicatura siempre se ha creído con derecho de pernada sobre la abogacía”, pero es que no creo que el símil, aunque horrendo, vaya descaminado.
Cuando la judicatura cree que ostenta un derecho de tutela sobre la abogacía, su ejercicio es siempre violento.
¡Ay si las paredes de nuestros tribunales hablasen!
O mejor, si se hiciese un estudio sociológico de la relación entre la abogacía y la judicatura en sala.
¿Honestamente?, el Poder Judicial se avergonzaría, porque eso sí, me consta que una gran mayoría de sus miembros realmente quieren hacer bien su trabajo –tienen vergüenza.
LO QUE TENEMOS QUE TENER CLARO DESDE LA ABOGACÍA
A estas alturas tendríamos que tener claro que las abogadas y los abogados tenemos el derecho y el deber de ejercer la defensa y la representación de nuestros clientes de forma soberana, emancipada, adulta por definición.
Que el ejercicio de la abogacía no tiene más límites que los que nos impone nuestro ordenamiento constitucional. Que las costumbres, reglamentos y muchas decisiones judiciales no se sostienen constitucionalmente; y la abogacía tiene que contestarlas.
En un mundo constitucional ideal procedería el incumplimiento de una decisión judicial relativa al derecho de defensa, así, sin más.
O por lo menos tendríamos mecanismos para un procedimiento contradictorio, neutro y sumario que permitiese resolver los conflictos entre judicatura y abogacía en sala.
Pero la realidad es otra.
Por un lado no existen dichos cauces inmediatos, eficaces y efectivos, para protestar una decisión judicial y por otra parte la protesta enérgica del abogado o abogada recibe el reproche judicial o se sanciona.
Cuando una protesta letrada se enfrenta bien con el corporativismo del Poder Judicial o con la legendaria sumisión de la abogacía corporativista a dicho Poder, el abogado o la abogada en cuestión raramente reciben amparo con la necesaria decisión y firmeza.
Mientras continuamos con nuestra proverbial “obediencia hasta en la cama”, como diría Jarcha, nos estamos jugando la supervivencia de la profesión.
Habrá muchas abogadas y abogados que decidan, o tengan el lujo de poder, dedicarse a otra cosa, pero quienes estamos comprometidos completamente con esta profesión no tenemos otra opción.
Necesitamos emanciparnos de este doble tutelaje.
Existe un momento para cada cosa, y hay un momento específico para cambiar, para emanciparnos, para pensar críticamente, y sobre todo para decir lo que pensamos y actuar en consecuencia.
Ese momento es ahora.
Si la abogacía corporativista decide acompañarnos, ahora es el momento de dar un paso al frente.
“Porque siempre se encontrarán algunos que piensen por propia cuenta, hasta entre los establecidos tutores del gran montón, quienes, después de haber arrojado de sí el yugo de la tutela, difundirán el espíritu de una estimación racional del propio valer de cada hombre y mujer, y de su vocación a pensar por sí misma», Kant 1789.