“He visto suspenso en el camino del aire un hombre que tenía la planta del pie más ancha que la senda por donde iba” —Claude Saumaise (Francia, 1588-1653)
La realidad audiovisual, ocupa nuestra cabeza. Oídos y ojos empañan la visión de una realidad, y pocas veces nos ilustran lo ancha que puede ser la planta de nuestros pies.
El lenguaje audiovisual, aunque estéticamente fascinante, compuesto por colores, formas, sonidos y tonos, es como un pequeño tirano, especialmente en el mundo de las pantallas y auriculares dónde gravitamos la mayor parte del tiempo.
A veces, sólo a veces, alguien como Paul Klee es capaz de utilizar el lenguaje visual, poniendo en su sitio la tiranía de los sentidos “superiores”. Su obra “Equilibrista”, nos permite ser, al menos por unos momentos, equilibristas de la vida. A través de sus lineas y dibujos, hace un llamado a nuestras cabezas para que se abran a la realidad.
Como en la imagen de Klee, el equilibrista nos muestra una realidad en constante movimiento, donde para mantenernos, parece necesario hacemos más y más conscientes de cómo la planta de nuestro pie siempre es más ancha que la senda por donde vamos.
Esa conciencia “in crescendo” de la amplitud de nuestro propia pisada es, quizás, lo que más seguridad nos da para seguir colocando libremente un pie delante del otro, pausando a veces sobre un solo pie, como la garza; y otras, como el cangrejo, animándonos a ir un paso hacia atrás, desde donde evaluar nuestro siguiente paso
Así nos desenvolvemos en el alambre de la vida. Un alambre a veces nada amable, y siempre brutalmente evidente. Una especie de cuerda floja que explica mejor que nada la realidad; la que existe por sí misma, delante de cada paso, en cada microsegundo de nuestra existencia.
Desenrollándose como una alfombra ante nosotros, ese alambre de la vida, justo antes de que lo pisemos con la planta del pie, en nuestro siguiente paso, parece ser siempre la única senda viable. A pesar de que, pocas veces sepamos, realmente, qué nos espera en el siguiente paso.
A veces la realidad se muestra cierta, predecible, pacifica, fluida, entendible, y muy obvia; otras tantas veces, muchas, no.
Son precisamente esos momentos, donde la realidad aparece oscura y tosca, como la boca de un túnel donde no vemos el final, cuando precisamente, la forma en la que damos el siguiente paso, importa. Ese paso que a lo mejor no hay que dar tan rápido, donde a lo mejor se impone suspendernos en un sólo pie, o hasta dar un paso atrás.
Es en ese paso que aun no hemos dado, el que precede al siguiente, en esa milésima de segundo, donde suspendidos en equilibrio, necesitamos toda la energía, tiempo o capacidad de atención, para afrontar la incertidumbre que se cierne ante nosotros. Y no todas las incertidumbres son iguales, o incluso fáciles de dimensionar.
No. Los problemas que la realidad nos plantea, y la incertidumbre que nos provoca el siguiente paso, no es algo con lo que podamos lidiar siempre de la misma forma; por más que las religiones, las supersticiones, el coaching o la psiquiatría nos ofrezcan sus formulas magistrales estandarizadas.
No. Ni una meditación, ni un pensamiento positivo, ni una oración, ni un dios o diosa, ni un mantra, ni una píldora o droga más o menos legal; ni siquiera la fantasía sexual o viaje imaginario más extravagante, nos ayudan realmente a entender el siguiente paso.
Es cierto, que cualquiera de esas opciones o experiencias, puede funcionar para relajarnos, desconectar, cargarnos de energía, hacernos olvidar por un momento lo que no queremos ver; protegernos de lo que nos atemoriza. Nos ayudan a veces a recuperarnos y amplían, en otros momentos, nuestro horizonte temporal, o incluso nuestra ventana de percepción.
Pero la realidad del siguiente paso no se limita a esas experiencias, como bien sabemos. No podemos buscar en el siguiente paso únicamente la certeza y la paz, o el subidón, la adrenalina; y muchos menos sumergirnos en el olvido o en el sentimiento oceánico que tantos caminos espirituales y de transcendencia beatifican, y que como en un mundo feliz, de hacernos adictos al mismo, nos lleva a vivir anestesiados.
“El sentimiento oceánico se manifiesta en el sujeto como la percepción de que las fronteras entre el yo y el mundo se diluyen por un instante. Esta disolución permite al individuo captar el mundo como totalidad orgánica, interdependiente y bella en sí misma. Los problemas personales se tornan nimios y durante unos momentos nuestro cuerpo se llena de un inusual placer beatífico.” – El Sentimiento Oceánico
La realidad es, junto a todo lo demás, incluyendo el sentimiento oceánico, también incertidumbre, oscuridad, y miedo, y parálisis. A veces es violenta y otras muchas se presenta de tal forma que sólo podemos responder huyendo de ella. Pero la realidad sigue su curso, como el viejo Chronos, con su halo saturniano. Segundo tras segundo. No depende de nosotras o nosotros.
La realidad, por mas que nos resistamos a enfrentarla, siempre encuentra su forma de enfrentarse a nosotros y nosotras. Por ello, y como simbólicamente nos dicen quienes tuvieron la suerte de entender de que iba esto de la realidad, conviene desarrollar al máximo posible nuestra capacidad de ser conscientes ante el siguiente paso, de mantener abiertos nuestros sentidos ante la incertidumbre.
A lo mejor, lo más parecido a la vida, como la estrecha puerta o el angosto camino al que se refería el bueno de Mateo en su evangelio (7:13-14), no es más que ese alambre, esa cuerda floja, de las y los equilibristas. Ese filo de la navaja que aprendió el estudiante Nachiketa en su búsqueda de la realidad en la India del siglo V antes de nuestra era.
“El camino de la Realidad es afilado y cortante como el filo de una navaja. Es difícil de transitar y lleno de retos. Conviene andar por él con gran respeto y cuidado” – Katha Upanishad – 1.3.14
Recuperar los andares del equilibrismo, tan unido a los andares de la filosofía, y sobre todo de la vida, importa mucho hoy.
—A Ana Mudra, luz en mi camino,
Londres, 28 de Febrero, 2021.
Día de Andalucía.