Ayer en Londres un hombre que dormía en la calle entró a pedir un café.
Una barista muy amable le sirvió el café de forma gratuita y con una gran sonrisa.
Me conmovió el gesto pues raramente estas personas son bienvenidas en ningún lugar público, y aunque lo sean, parecen invisibles.
Es difícil mirarles a los ojos y compartir su espacio y no sentirse conmovido.
Me prometí que nunca más ninguna persona será invisible a mis ojos y le dedico a este gran hombre mi pensamiento e intención.
Nadie le mira
Anda y es invisible