Aunque para tantas personas Pepe sea un nombre común, para mi y quienes lo conocimos es un hermoso nombre propio; es un corazón sonriente, amable, querible y siempre, siempre abrazable.
Ese corazón parece no estar, pero está, y estando nos evoca su presencia. Pepe, un corazón sonriente -siempre.
La vida, o debería decir las vidas, nos llevan de viaje. A veces nos distancian, otras nos acercan. A veces no nos vemos por largos tiempos y nuestros caminos parecen separarse y otras caminamos tan cerca que respiramos al unísono. Esta vida es un paseo y lo único cierto es que venimos y nos vamos a un lugar donde la separación no existe.
Pepe era uno de esos seres que nunca necesitó ni un nombre ni una pose espiritual -el era espiritual, todo él.
Al dejar de ver su sonrisa, cuando ya nuestros ojos no lo ven, podemos pensar en todas las cosas que podríamos haber hecho, haberle dicho; pero ya no es el momento. Ya es de noche y no podemos verlo. Para quienes nos quedamos, la partida de la luz nos lleva a la medianoche de nuestros días, de nuestras vidas, de nuestras almas.
En la medianoche le queda al alma la misma cantidad de oscuridad que luz. Podemos mirar atrás y recordar el día que iluminó la luz que se fué o podemos, llenos de fé y esperanza, prepararnos para la luz que vuelve desde Oriente e iluminará un nuevo día.
Pensando en Pepe en esta medianoche Londinense, hoy me quedé mirando al cielo de Oriente y allí me pareció ver una estrella con su sonrisa. Pepe estaba allí.
Cuando dejé de contemplar el cielo y bajé mi mirada, me encontré con los ojos sonrientes de una anciana que me dijo Merry Christhmas. Pepe también estaba allí.
Ya no veremos a Pepe en la forma que tenía. Pepe ya partió. Nosotros no los vemos, pero él se seguirá asomando constantemente por las ventanas de nuestras almas como un corazón sonriente.
-Pepe Vidal. In Memoriam. Londres 7/12/16