Adelantas el pie derecho seguido por el izquierdo y detrás quedó tu padre.
Él estira su brazo derecho y apoyándolo en el marco de la puerta trata con desesperación de agarrar tu adiós.
Tú aún no lo sabes pero él entiende que por mucho tiempo no será hasta luego.
Tú ya no miras atrás. El mañana brilla y el ayer se te aparece somnolientamente desdibujado.
El padre trata de domesticar con la manga de su camisa una lagrima amarga con vocación de invisibilidad.
A él le vienen recuerdos de un camino pavimentado por el ayer, que hoy se le aparece como el mañana.
Es la vida, se repite él, y tú te lo dices igualmente por primera vez.
Tú vas creando futuro y él comienza a desgranar el pasado.
Pasa media vida y un día adelantas tu pie izquierdo para juntarlo con el derecho frente a la puerta de tu padre.
Tienes mucho que decirle y posiblemente no se lo digas, pero al llamar de nuevo a la puerta que te vió marchar, el ayer se hace ahora.
El te mira cuidadosamente, esta vez con lagrimas dulces. Te sonrie porque sabe que el adios se ha convertido en reencuentro.
Tú le miras en silencio y en sus ojos te ves a ti mismo, aunque no entiendas nada.
Para tí comienza un camino.
Para él culmina una espera.
Reencuentro. Sólo se entiende en los ojos de un hijo.
“tu regreso tiene tanto
que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto”
-Mario Benedetti