“Como la muerte anda en secreto
Y no se sabe que mañana
Yo voy a hacer mi testamento
A repartir lo que me falta
Pues lo que tuve ya está hecho
Ya está abrigado, ya está en casa
Yo voy a hacer mi testamento
Para cerrar cuentas soñadas”
– Testamento. Silvio Rodriguez
La vida se presenta cada día como un libro del que somos protagonistas y lectores simultáneamente. Con capítulos que se abren y capítulos que se cierran sucesivamente hasta que un buen día el aire sale de nuestros pulmones y no vuelve a entrar. El testamento, si nos ha dado tiempo o tuvimos ganas de escribirlo, se suele presentar como el capítulo final, el epílogo del libro de la vida. Pero eso sólo se aplica a las vidas ordenadas, predecibles, las que comienzan por el principio y terminan por el final. Posiblemente sea cierto para los que leen un libro desde el primer capítulo hasta el último. Lo normal, lo lógico para la gran mayoría, las gentes de bien y orden. A mí me gustaría ser así y así me educaron, que no quede por escrito que mi falta de orden es un fallo de serie. Mi sentido del orden es aspiracional y pertenece al plano del ensoñamiento, de querer tener finalmente una vida ordenada. Y es por ello que tantas veces he pensado escribir mi testamento.
Un testamento como un tributo a todas las personas, cosas y eventos que han llenado mi vida. Pensado siempre como el capítulo final del libro de la vida. Y ya que lo iba a hacer, hacerlo bien, con la estética de trovador en que Silvio Rodríguez proclama su “Testamento”
Pero al conocerme mejor acepto el hecho de que mi vida no va en orden, o al menos no en el orden que se supone, el establecido. Múltiples muertes y nacimientos me han sorprendido ya en demasiadas ocasiones como para esperar una solemne muerte final. Una muerte que pudiese predecir y como si tuviese una bola de cristal, justo antes de que llegase, escribir mi testamento. Y es que yo no puedo ver la vida más que como un libro con múltiples capítulos. Nacemos y morimos tantas y tantas veces dentro de ese libro, en cada capítulo, que de alguna forma la vida se me presenta como una sucesión de capítulos, que configuran un libro del que nunca sabré el final. Reflexionando de esta forma, veía mi vida como un libro cuyos capítulos, sin un orden particular, parecían haberse abierto y cerrado. En cada capítulo estaba, además de como lector, como protagonista junto a otros personajes, lugares y eventos; y como si se tratase de uno de esos libros multimedia, siempre con su propia banda sonora. Pero sobre todo me daba cuenta que existían muchos capítulos aún abiertos. Algunos que aún vivía con interés y pasión y otros que realmente tocaba cerrar. Al mirar esos capítulos que tocaba cerrar, el Amor se presentaba como el gran protagonista. Me veía en distintos lugares como un amante petrificado delante de algún punto y seguido. Pero también veía a la amada, petrificadas exactamente en el mismo lugar. Ambos esperando el siguiente movimiento para poder completar el capítulo algún día. Y mientras tanto el capítulo ocupaba espacio y de alguna forma, al menos en mi corazón, pesaba e impedía pasar página. Era obvio que lo que había vivido en esos capítulos estaba ya listo para morir pero se resistía a hacerlo. Entonces se me ocurrió que podría terminar cada capítulo inconcluso programando una especie de eutanasia activa a través de las letras. Cualquier método, menos Whatsapp, podría ser una vía válida. Una carta a la amada que murió, un poema a la amada musa, unas letras por email a las otras amadas. En fin, se trataba de articular de alguna forma ese final, dejando claro el adiós. El testamento se me antojó como el gran vehículo, suficientemente épico y adecuadamente dramático para poder acabar con esos personajes que se estancaron en los capítulos de la vida. Personajes, yo incluido, con vocación de perpetuarse en la eternidad. Había que crear pues un testamento para cada capítulo, ya que no era posible predecir el final del libro con un testamento único. Era fundamental y necesario poder pasar página. De esta forma la idea de los testamentos por capítulo se me presentó como la solución posible para ir resolviendo paso a paso este libro de la vida.
Un testamento para rendir adecuado tributo al contenido y personajes de cada capítulo ya empezado.
Un testamento para dejar suficientemente claro que tocaba terminar.
Un testamento como forma de asistir a mi propia muerte y a la de los otros personajes.
Un testamento para pasar de la frase donde se encontraban estancados a la siguiente, al siguiente párrafo y sobre todo a la siguiente página.
Un testamento amable, honrando lo bueno y articulando el aprendizaje de forma enriquecedora.
Un testamento que seguramente nunca leerán los otros personajes.
Un testamento sin esperar respuesta, sabiendo que cuando alguien lo lea, nos comportaremos como buenos muertos.
Un testamento que también nos ayudará a morir.
Un testamento que definitivamente nos permita pasar página.
Un testamento, en fin, que si no nos permite nacer de nuevo, al menos nos dé el descanso y el entusiasmo suficiente para comenzar el siguiente capítulo con ganas.